Somos viajeros del tiempo. Vivimos una realidad fruto de una meditación que hacemos con la que estamos experimentando y corrigiendo lo que hicimos en diferentes líneas temporales. Todas están a la vez aquí y saltamos de una a otra con frecuencia, mucho más frecuentemente de lo que a veces somos conscientes.
Un pensamiento, una palabra, una acción, nos hace situarnos en otra línea de tiempo y se activa otro personaje para vivir esa otra realidad en la que tenemos que corregir algo o tomar consciencia de algo que nos está afectando para seguir avanzando.
Cuántas veces estamos comportándonos, hablando, como otra versión sin darnos cuenta. De hecho, acudimos a otras líneas de tiempo a encontrar recursos que nos puedan ser útiles para seguir adelante con nuestra experiencia, como una especie de biblioteca a la que acudimos.
Lo que ocurre, es que no siempre somos conscientes de ello y eso nos lleva de un lado para otro sin darnos cuenta. En la actualidad esto ocurre mucho porque precisamente estamos tratando de unificar todos los personajes, soltar lo que nos distorsionó, o nos alejó de nuestra esencia, para ir reuniendo las piezas del puzzle y volver a la Unidad, unificarlos.
A veces nos resulta fácil hacer algo que no sabíamos hacer, o se nos despertó una tendencia arrogante o violenta. Eso es porque algo detonó una experiencia vivida en otra línea de tiempo y activamos ese o varios personajes a la vez, porque todo lo que no resolvemos en una encarnación queda pendiente para otra, y así sucesivamente, pero también despertamos dones.
De ahí que muchas veces cuando creemos que hemos resuelto uno de ellos, vuelve a detonarse más adelante, porque había aspectos aún no resueltos, matices de una misma cualidad. Pudimos ser violentos con niños, pero también con inválidos, o con mujeres, con hombres, etc. Faltas de respeto o consideración con ancianos, y así hasta el infinito prácticamente.
Podemos apreciar la importancia de conocerse a sí mismos, de la auto-observación, que es la base para identificar cuándo se nos ha colado una versión que no es la actual y que no nos arrastre. Lo detectamos con las emociones, con patrones mentales, con expresiones, con actitudes…
Por eso debemos entender que todo es frecuencia, vibración y energía. Así salimos de la mente concreta y nos colocamos en la posición del observador con más facilidad, en la neutralidad. Ese es nuestro lugar natural, pasar de estar en la polaridad positiva o negativa para estar en la neutralidad, que es donde estábamos antes de ocupar el cuerpo que habitamos, una ingeniería biológica que es el vehículo que nos sirve para vivir esta experiencia humana.
A medida que nos despojamos de la carga que supone toda la información que no está alineada con el Ser vamos recuperando la neutralidad y nuestra frecuencia aumenta. Si tenemos la habilidad para mantenernos en esa frecuencia, ser conscientes de lo que nos ocurre y de nuestros saltos a otros personajes y corregir, seguimos avanzando y subiendo nuestra frecuencia.
Cuando no somos capaces de identificarlo, ya sea porque no lo vemos o porque es mucha la información que se muestra y no podemos gestionarla, comienza a bajar nuestra frecuencia y vamos “tomando tierra”, nos integramos cada vez más en la materia. Nos vamos volviendo más densos y pesados, todo nos va costando más, las emociones y los pensamientos recursivos son más frecuentes, pudiendo llegar a manifestarse en el cuerpo físico si no hemos tomado consciencia de qué nos provocó la “caída”. Esa caída es frecuencial.
De esta manera, al impactar en el cuerpo físico podemos sentir dolor físico en una zona determinada, y es ahí donde se puede identificar a qué emoción está asociado para poder liberarlo. Si no somos conscientes se intensificará, pudiendo cronificarse y sostenerse en el tiempo.
Da igual el dolor, por insignificante que pueda parecer, guarda una información. Así aparece el sufrimiento, que es el resultado de la intensidad y duración en el tiempo de una emoción que no hemos identificado produciéndonos un estado depresivo o de ansiedad que al no saber gestionar y trascender, nos hace sufrir. Atravesamos así el proceso que llamamos crisis curativa. La sociedad en su conjunto también atraviesa estos procesos, ya que forman una entidad.
Precisamente vinimos a aprender eso: a gestionar la energía, las emociones y la información que va aparejada con ellas, porque las emociones son energía en movimiento y como tales, mueven una información que si es de baja frecuencia, nos hace sentir mal, si es de alta frecuencia, nos hace sentir bien. Eso es lo que entendemos como estar sanos.
Estar en la frecuencia de salud, o lo que es lo mismo, en la frecuencia original de este avatar que habitamos. Cada vez que se produce una distorsión en alguna parte del cuerpo, nos desafinamos y esa es la frecuencia que emitimos al exterior. Con ella atraemos las situaciones que nos encontramos en nuestra realidad con las que volvemos a activar una información que sintoniza con uno de los personajes de otras líneas temporales para llegar a la causa que originó la distorsión y rectificar.
De esta manera restablecemos nuestra frecuencia, recuperando nuestra coherencia y armonía. Darnos cuenta de estos procesos nos hace salir del modo víctima y asumir nuestra responsabilidad para retornar al camino correcto y vivir en sintonía con el Ser. A esto le llamamos iluminación, porque se activa el Ser interior que es luz. Nos convertimos así en faros que iluminamos el camino y en el ejemplo que ofrecemos al mundo.
Todo lo dicho es sólo un discernimiento propio de la realidad que percibo, pero como todos, estoy en el camino descubriéndome. Comparto esto como parte del puzle que estoy armando, que a la vez es parte de un puzle mayor que formamos todos.