Desde siempre, todas las enseñanzas de las diferentes culturas han transmitido la importancia del silencio y de la quietud. De hecho, la ciencia, y en concreto la neurociencia, está haciendo muchos descubrimientos que confirman lo que nos han transmitido desde hace tanto tiempo.
Hay una biología que se activa y que pone en marcha circuitos y química que permite una configuración en nuestra biología. El sistema nervioso parasimpático es el que se encarga de ponerlo en marcha y para ello es necesario estar relajados, en calma y en paz.
Así podemos entender por qué se nos ha enseñado sobre la importancia de tener calma, de gestionar nuestras emociones, ya que éstas disparan también una química que activa otros circuitos en nuestro cuerpo: el sistema límbico y el sisterma nervioso simpático.
Éste nos hace estar atentos, alerta, pero si se disparan las emociones de miedo o ansiedad por situaciones pasamos a estar en modo “huida”, ya que se activan mecanismos que hace que la sangre vaya a los músculos de las piernas y los brazos, para salir corriendo o para defendernos. Esto no tiene que ver con que realmente alguien nos vaya a hacer daño físico, es la manera como se activa este sistema ante esas emociones.
Es un mecanismo de defensa que activa el cuerpo para que podamos ser capaces de actuar y sobreponernos en situaciones complicadas, como cuando nos ocurre algo o le ocurre algo a alguien y actuamos sin pensarlo, llegando a realizar verdaderas hazañas y no poder llegar a explicarnos cómo fuimos capaces de actuar así. Hay que entender que esto ocurre para bien o para mal, o sea, para ayudarnos a superar una situación complicada y salir airosos o porque se activa alguna creencia o patrón mental que nos hace reaccionar con miedo o ansiedad. Recordemos que el cuerpo no sabe distinguir entre lo que ocurre en la realidad y lo que ocurre en nuestra mente, simplemente actúa.
Por eso debemos entender cómo funciona y gestionarlo, o lo que es lo mismo, gestionar las emociones y la mente.
Si sostenemos en el tiempo este estado, en lugar de relajarnos y volver al estado de equilibrio, el estrés momentáneo y circunstancial se mantiene y el sistema nervioso se sobrecarga. Muchas veces no somos conscientes de ello hasta que pasa un tiempo y acumulamos un estrés que se ha cronificado. Este estado nos impide volver a la calma y cuando queremos relajarnos no podemos, tratamos de centrarnos y nos es imposible, a menos que seamos conscientes de ello y recurramos a técnicas de respiración, meditación, yoga, chikung, la terapia de sonido, etc. para reequilibrar nuestra energía, pero a la vez es importante prestar atención a nuestras emociones para soltarlas y que se disuelvan.
De ahí que nos hayan repetido tanto lo de volver la mirada a nuestro interior, a buscar momentos de silencio y de quietud. Así volvemos a activar el sistema nervioso parasimpático, que activa el nervio vago, sincronizando cerebro, corazón e intestinos, los tres cerebros.
Asi entramos en coherencia y se equilibran los dos hemisferios cerebrales para estar presentes y conectados con la consciencia, evitando estar todo el tiempo en el pasado o en el futuro, ya que es en el presente, en la presencia, donde podemos conectar con nuestra mejor versión, con nuestra sabiduría, con nuestros dones, con la habilidad de tomar decisiones y vivir en sintonía con la vida.
La quietud es, pues, mental y emocional, para poder tener una mayor comprensión y un mayor entendimiento de todo lo que nos ocurre. No es por seguir modo zen, o por “ser buenos y/o bonitos”, es para conectar con nuestra sabiduría interna y poner en práctica nuestros dones y talentos, para vivir conscientes.
Todo lo dicho es sólo un discernimiento propio de la realidad que percibo, pero como todos, estoy en el camino descubriéndome. Comparto esto como parte del puzle que estoy armando, que a la vez es parte de un puzle mayor que formamos todos.