El baile de máscaras

Asistimos a un baile que es la vida donde todo el mundo está disfrazado. Todo el mundo es todo el mundo, incluidos nosotros. Se trata de ir reconociendo el propio disfraz a través de la interacción con los demás. Encarnamos para reconocernos, porque Dios, la chispa divina, la Fuente, el Creador, como menos conflictivo te resulte denominarlo, ha venido a reconocerse con la experiencia. Unas veces a trabajar en algo concreto, algunos aspectos, otras a limpiar memorias que han quedado registradas, otras a ayudar a otros a su proceso.

Todo está registrado en el alma y a partir de ahí, con la frecuencia que se va emitiendo en cada momento, se atraen situaciones y experiencias para llevar a cabo a tarea.

El caso es que cuando nos ven que avanzamos, nos dan más trabajo a ver si podemos seguir colaborando con la “causa” que es el Plan Mayor diseñado para la gran experiencia a la que pertenecemos. Cada uno tenemos un rol que es parte de la gran obra, de la gran fiesta de disfraces.

A veces, cargamos con más trabajo de la cuenta al tratar de empujar o hacer el trabajo por otros personajes, pero es un desgaste muchas veces porque debemos comprender que cada cual tiene su propio proceso, su propio camino, y en él encontrará las experiencias que necesite para llevarlo a cabo. Muchas veces confluyen los caminos pero otras cada quien debe llevarlo por su lado, porque lo que necesita vivir y las frecuencias que detonan las experiencias, se encuentran en otros personajes.

Vivir desde el ejemplo para los demás es ser alguien que muestra una frecuencia con una información que cuando es entendida por los demás les sirve de inspiración para entender una experiencia o llegar a resolver un conflicto interno fruto del discernimiento hasta llegar a “sentir” en su cuerpo eso que necesita integrar.

Esta es la clave de todo: “sentir” en el cuerpo, fruto de haber integrado la experiencia y el aprendizaje. Cuando a una emoción se le añade el intelecto, la mente, la información, se crea un sentimiento, para bien o para mal. Y ese sentimiento va en dos direcciones, porque proyecta hacia afuera y atrae, magnetiza.

Por esta razón, hemos venido a experimentar, porque así creamos el sentimiento y éste es el que acaba creando un carácter, que es la forma en que nos comportamos.

De esta forma podemos entender porqué repetimos muchas veces las mismas experiencias y por qué, evitarlas, o salir corriendo, no es la solución, ya que la información con la frecuencia y el sentimiento está en nosotros, en nuestro cuerpo. Por lo tanto, acabaremos atrayendo una experiencia similar con otro personaje, o con el mismo en la distancia.

La frecuencia que lo “arregla” todo es la del amor. Este es un término que está muy manido, nos provoca también cierto rechazo, ya sea porque lo consideramos insulso, o porque lo vemos como algo de película. Las películas, las historias de la literatura, las obras de teatro, las óperas… han creado una visión que nada tiene que ver con esa energía, pero era la que podíamos entender, porque como energía que es no se puede explicar con palabras.

Lo que no podemos expresar tenemos que tratar de hacerlo “sentir”, precisamente porque es la forma que tenemos de integrar la información y la experiencia. Aquí es donde cumple un papel importante el arte en todas sus formas, porque es el vehículo con el que se puede transmitir ese sentimiento. Luego queda anclarlo en nosotros, pero cuando lo hemos sentido ya hemos tenido la oportunidad de reconocerlo. Otra cosa es que creamos en ello, pero ya sabemos que hay algo más que no podemos describir.

La música aquí y el sonido tiene un papel fundamental. Pitágoras decía que una de las cosas que nos permiten aumentar nuestra conciencia es tener conversaciones interesantes ya que, según ha demostrado la neurociencia, crea nuevas rutas neuronales. Esto lo podemos ampliar a los demás ámbitos en los que nos relacionamos, como qué escuchamos, con quienes nos relacionamos, qué creaciones artísticas consumimos… En definitiva, a qué frecuencias nos exponemos ya que éstas según su intensidad y el tiempo al que estemos expuestas, nos van a influir de forma determinante.

La naturaleza es muy sabia y está llena de seres que emiten una frecuencia de alta vibración a la que nos podemos exponer para limpiar nuestro campo energético, o lo que es lo mismo, restaurar el equilibrio energético y frecuencial que va a determinar qué experiencias viviremos, recordando siempre que donde ponemos nuestra atención, allí está nuestra energía.

Por supuesto, la terapia de sonido es una forma extraordinaria de restablecer nuestro equilibrio, crear nuevas rutas neuronales, y mucho más, que puedes ver aquí.

Todo lo dicho es sólo un discernimiento propio de la realidad que percibo, pero como todos, estoy en el camino descubriéndome. Comparto esto como parte del puzle que estoy armando, que a la vez es parte de un puzle mayor que formamos todos.