Responsabilidad

Oímos hablar mucho de empoderarse. Cuando nos decidimos llevarlo a cabo, lo primero que sale es el niño o la niña que rápidamente se pone firme, se llena de energía y comienza a dar guantazos a diestro y siniestro, porque se despierta el héroe o la heroína interior. Hemos estado “sometidos” o “sometidas” mucho tiempo y ya no vamos a tolerar más ingerencias en nuestros asuntos, no vamos a permitir que nos digan lo que tenemos que hacer, no vamos a dejar que cualquiera nos diga a la cara lo que piensa y no vamos a escuchar a nadie porque no hay nadie que pueda enseñarnos qué hacer o cómo actuar.

Comenzamos a ver cómo los demás han sido mal agradecidos porque no obtuvimos el reconocimiento que merecemos en forma de gratitud. Los tachamos de intolerantes, autoritarios, o reprimidos, egoístas… Entonces nos atrincheramos, ondeamos nuestra bandera de “number one” y tomamos ese impulso que necesitamos para impulsarnos, a veces tras una reflexión y otras, simplemente, pasando a la acción.

Todo está bien. La vida, con las frecuencias que emitidos y con las que resonamos, activa el proceso para que encontremos aquello que necesitamos para ponernos en marcha y tener la oportunidad de empoderarnos. El juego pasa a un nivel diferente porque lo decidimos, y nos encontramos a personas que pondrán de manifiesto las experiencias que nos ayudarán a manifestar las situaciones que nos muestren nuestra verdadera personalidad, qué creencias y actitudes son las que nos están dirigiendo y creando una versión que nos modela para ver la vida de la forma en que la vemos, en que interpretamos la realidad.

Dependiendo del nivel de conocimiento que tengamos sobre nosotros, seremos capaces de ver qué nos muestra la otra persona y cómo nos hacer sentir y actuar, si reaccionamos de forma impulsiva o somos capaces de ver el escenario como un espectador que contempla una obra de teatro de la que está siendo parte porque está inmerso en ella. Todos cuando contemplamos una obra somos parte de ella de alguna forma, la vivimos porque para eso asistimos al teatro. Incluso a veces nos metemos tanto en el papel que nos olvidamos que somos espectadores y nos vemos identificados tanto en el papel de alguno de los actores, o revivimos situaciones que se representan, que se dispara alguna emoción o sentimiento, nos trae recuerdos y volvemos a vivir la experiencia.

A veces incluso lo hacemos sin identificar nada de nuestra realidad, porque el subconsciente es el que se manifiesta, reviviendo información oculta de nuestro árbol familiar, de otras realidades o lo que llamamos vidas pasadas. Eso es lo que está influenciando nuestra existencia y no siempre lo tenemos identificado. Pero no por ello deja de afectarnos, ya que es lo que no hemos hecho consciente lo que nos marca el camino. Carl Jung decía que lo inconsciente marca nuestro camino y nosotros lo llamamos destino. Entonces acabamos afirmando: “Yo soy así, qué le vamos a hacer”.

Esto marca nuestros hábitos, nuestra forma de comportarnos, nuestra manera de pensar, ya que los sentimientos disparan emociones que manifiestan pensamientos que no son nuestros. Pero ¿por qué decimos que no son nuestros? Porque no somos el cuerpo, ni la mente, ni las emociones. Todo eso forma parte del vehículo que habitamos para vivir en esta realidad material que llamamos vida, una experiencia que nos ayuda a conocernos y a adquirir consciencia.

Todo esto forma parte de responsabilizarnos de nuestra realidad, que llega a medida que maduramos, o lo que es lo mismo, adquirimos consciencia en el tiempo, dejando los programas adquiridos en la niñez, la adolescencia y la juventud. Así, entendemos que estar empoderados no es sinónimo de ser autoritarios, sino de ejercer el poder, nuestro poder de responsabilizarnos de nuestra realidad para manifestar la esencia que somos como seres que hemos venido a vivir una experiencia y que todos estamos siendo parte de ella.

Entendiendo esto, emociones aparte, a veces es mejor callar a tiempo que decir lo primero que salga, o tratar de entender en base a nuestra experiencia lo que la otra persona puede estar pasando, no para justificarlo, sino tan solo para entender que cada uno estamos viviendo nuestra propia experiencia y que estamos gestionando como podemos nuestras emociones y nuestra mente, siendo más o menos capaces de gestionar toda la información de que disponemos. Pero al mismo tiempo, somos compasivos con nosotros mismos cuando no nos culpamos por haber sucumbido a los impulsos y haber menospreciado a alguien, o insultado, o haber puesto límites con alguien de forma más o menos severa.

A medida que nos hacemos más conscientes, nuestra frecuencia sube y eso posibilita que podamos tener más capacidad de procesamiento y más rapidez, pero tenemos que aprender a hacerlo. Cuando no tenemos esa práctica, caemos en frecuencia porque tenemos que ir a una velocidad menor, para poder procesarlo todo. Es como cuando estamos aprendiendo a conducir un coche. Todos los movimientos son lentos, miramos lo que vamos haciendo apartando a veces la mirada de la carretera, hasta que poco a poco nos hacemos más autónomos y más independientes.

Se trata de ser autónomos, independientes, valernos por nosotros mismos, poner en práctica nuestros dones, aprender a convivir con los demás respetando sus procesos y comprendiendo que la vida tiene sus reglas, que vamos descubriendo con la experiencia y la consciencia que vayamos poniendo en todo lo que hagamos. Eso es lo que nos hace recuperar nuestro poder, y recuperar cualidades como la tolerancia, el respeto o poner límites, porque también necesitamos no ceder ante los deseos de los demás, ante sus carencias.

No se trata de caer en el buenismo y dejar hacer a los demás y servir sus deseos, se trata de adquirir una maestría en las emociones y nuestra mente, para no siendo impulsivo, entendiendo esto como actuar insconscientemente, mantener nuestro equilibrio. Es toda una maestría que nos hará caer en frecuencia, estar más ralentizados a veces, espesos, o con las emociones a flor de piel, tener ansiedad, estar tristes o depresivos, pero nos hacemos cargo de nosotros cuando comprendemos que eso son señales que nos da el cuerpo para que nos movamos en otra dirección y tomemos las riendas de nuestra vida.

No dejarnos llevar por las modas o modismos, o esperar a que alguien nos dé permiso para actuar porque de alguna forma valoramos su opinión hasta el punto de que si no nos dice que hagamos algo no lo hacemos, sentirnos libres de expresar nuestra opinión cuando así lo requiere la situación, decir lo que sentimos sin sentirnos rechazados porque no nos entienden o no encajamos. Vencer el miedo a equivocarnos, porque cuando caemos en un “error” lo que de verdad debemos entender es que es parte de nuestro aprendizaje. Estamos en un planeta dual que funciona por ensayo prueba-error, así que a medida que entendemos que por ahí no era, vamos ajustando hasta lograr dar con lo que sí.

Por eso caemos en conflictos con otras personas, porque el primer conflicto lo tenemos con nosotros mismos, y es ahí donde tenemos que ir corrigiendo para luego actuar desde ese centro. Todo lo que integramos con el conocimiento y el “saber” que es así, o lo que es lo mismo, entender y comprender, lo integramos y lo tenemos a nuestra disposición para aplicarlo en nuestra vida. Es el viaje de la consciencia.

No hace falta ser agresivos para estar empoderados, solo necesitamos ESTAR y SER. Responsabilizarnos de nuestra realidad. Así lograremos manifestar nuestro poder interior. Todo un viaje.